Cuando hablamos de un producto financiero derivado, nos referimos a un instrumento financiero cuyo valor depende del valor de otro activo, entre los que podemos destacar las acciones o las materias primas. No se trata de un producto sencillo de utilizar, y disponen de un riesgo que no todos los usuarios son capaces de asumir.
Sin embargo, si a pesar de todo esto nos encontramos interesados por ellos, es importante informarnos de la manera más adecuada. Y lo cierto es que el origen de estos productos viene de la civilización fenicia y de su necesidad por gestionar sus mercancias, frutos de los viajes comerciales, de la manera adecuada. Se recogía por escrito a través de un contrato, en el cual se determinaba el precio que tendría un producto para el futuro.
Por lo tanto, comprador y vendedor llegaban a determinado acuerdo y firmaban el contrato redactado, por medio del cual ambos se aseguraban de que pasado cierto tiempo, el producto se iba a vender al precio que se había establecido en ese mismo momento. Se trata de un acuerdo por medio del cual se benefician las dos partes, puesto que el comprador se asegura de que el precio no aumente más de lo pactado, y el vendedor se protege ante la posible bajada de precio del producto.
Qué son y cómo funcionan los productos financieros derivados
Sin lugar a dudas, podemos concluir que ya desde sus orígenes, los productos financieros derivados se utilizaban como un seguro ante los riesgos que pudiera experimentar el precio de un producto. No obstante, a día de hoy, los usuarios le dan un uso muy distinto. Principalmente, los usan para especular, o bien como servicio de cobertura.
Además, debemos saber que existen hasta tres formas distintas en las que podremos manejar el riesgo del que disponen estos productos. La primera de ellas, es mediante las operaciones con cobertura. Es decir, el objetivo de aquellos que operan con estos productos financieros, es reducir o eliminar completamente el riesgo derivado que pueda experimentar el precio del activo subyacente. Esto puede conseguirlo mediante las operaciones de cobertura, ya que por medio de ellas, se adopta la posición contraria a la que se tiene para reducir riesgos.
También podemos minimizar riesgos haciendo uso de operaciones especulativas. En su caso, su mayor objetivo es aumentar los beneficios todo lo posible por medio de ciertas acciones. Funcionan como si de una inversión convencional se tratara, mediante las expectativas que se tengan sobre un activo en concreto.
Por último, se pueden evitar riesgos por medio de las operaciones con arbitrajes. Estas son todas las que se realizan en base a las diferencias de precio entre los mercados de contado, y los mercados a plazo.
Una vez que sabemos cómo disminuir los riesgos para poder operar con ellos, debemos saber exactamente dónde podemos utilizarlos. Esto depende en gran parte del mercado en el que coticen. Por ejemplo, tenemos el mercado organizado, en el que pueden cotizar tanto las opciones y futuros como los warrants. Las operaciones se negocian por medio de contratos estandarizados, y una vez obtenida cierta rentabilidad, los beneficios se liquidan por medio de la Cámara de Compensación.
Por otra parte, nos encontramos con el mercado no organizado. En él se opera por contratos a medida, redactados por ambas partes. Existe un mayor riesgo que en el mercado organizado, ya que no se dispone del soporte de la Cámara de Compensación, aunque la ventaja de la que dispone este mercado es que es mucho más flexible.