Lo que cabe esperar de las economías avanzadas es el uso de herramientas financieras avanzadas y modelos económicos modernos. Esto no es aplicable del todo en el caso de Alemania ya que, aun siendo efectivamente una de las potencias económicas más avanzadas del mundo, también es uno de los países que encabeza el volumen de transacciones económicas en efectivo; de hecho en Alemania se producen más pagos en metálico que en Estados Unidos, país tradicionalmente asociado al cash.
Los datos aportados en un informe/encuesta realizada el pasado año por la Reserva Federal, aún sin aclarar del todo los motivos por los que existe esta fuerte preferencia por el dinero en metálico frente al pago con tarjeta entre el usuario alemán, si nos aportan algunas pistas interesantes en este sentido.
En primer lugar, dentro de las respuestas de los alemanes en la encuesta se destaca la creencia de un mejor control y seguimiento del dinero si se encuentra en efectivo. De algún modo, este pensamiento viene a contemplar la teoría de la supuesta facilidad de control simplemente con una mirada al bolsillo para hacerse idea de la magnitud del gasto y el presupuesto restante, mucho más eficaz, según este pensamiento, que el gasto no visible que aportan las tarjetas. Los analistas del BCE que se han centrado en este fenómeno concluyen que para el consumidor alemán el hecho de poder acceder a estas señales de control inmediato se transforma en un valor en sí mismo que justifica el uso de dinero en efectivo.
Pero también dentro de la encuesta encontramos otras respuestas relativas al uso del dinero en efectivo interesantes, una de ellas, digna de ser tenida en cuenta, es la asociación del uso de dinero en efectivo con el anonimato, y, por extensión, la protección de la privacidad a partir del pago en metálico, otra cuestión que se encuentra el trasfondo del uso masivo de dinero en metálico.
Las enseñanzas históricas
Sin embargo, no se debe olvidar la historia. A lo largo del pasado siglo la en relación de Alemania con la moneda ha sido, por decirlo con cierta finura, tumultuosa. Durante la hiperinflación de Weimar, con su punto álgido en el año 1923, el intento del país de pagar las reparaciones de guerra llevó a un aumento de los precios multimillonario y a una devaluación de la moneda como se han conocido pocas en la historia.
Para hacernos una idea, es como si hoy en día pagar una barra de pan hubiera ascendido a 500,000 millones de euros (si, ha leído bien) con la variable de que al día siguiente podría haber ascendido tranquilamente otros 100,000 millones su precio. El papel moneda se acumulaba por kilos, se daba la circunstancia de tener que detener las tareas profesionales para pagar acumulando los billetes en cestas o sacos pero, más aún, con los movimientos exagerados de los precios de mercado, lo habitual era salir corriendo con el dinero en mano a comprar todo lo posible en previsión del siguiente aumento de precios (y posteriormente buscar lo que falta a través del trueque o sistemas paralelos)
Obviamente esto ya tiene un peso suficiente como para haber modificado los hábitos del usuario medio alemán, pero, es que además, no es la única ocasión en la que encontramos problemas relacionados con la emisión y el valor del dinero. A la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, además de las heridas de guerra, el caos monetario fue realmente considerable. Los años de dominio político de Hitler se había traducido en una economía de guerra sostenida y financiada en buena parte mediante la impresión de dinero, y, manteniendo la inflación relativamente contenida a partir de una política de control de precio, pero sobre todo a partir de un control irreal ejercido desde la violencia.