Alemania acaba de anunciar que su PIB ha crecido en el primer trimestre del año un 2,2% respecto al mismo periodo de 2009, el mejor resultado registrado por el país desde que se reunificó hace 20 años. No solo eso. De mantenerse la robustez de este crecimiento, este 2,2% trimestral equivale a una tasa anual de crecimiento de casi el 9%, casi como China pero en el medio de Europa.
No deja de sorprender al resto del mundo este crecimiento de Alemania. Al comienzo de la crisis, Alemania desafió a EEUU y a varios de sus socios de la Eurozona en cuanto a la forma de responder a la crisis financiera desatada hace unos años. La discusión se baso, sobre todo, en su oposición a los supuestos beneficios que otorgarían los programas de estímulos comparados con la austeridad y, desafiante, ha implementado su propia visión de como encarar la crisis. El camino elegido ha sido el de la auteridad y el sacrificio.
De hecho, los sacrificios a corto plazo realizados por los trabajadores y empresas alemanes en los últimos años están dando sus frutos y ya se vislumbran los éxitos a largo plazo, esos que los germanos conocen bien.
La medida más directa tomada en lo peor de la crisis fue un amplio programa de mantenimiento del empleo, donde el Estado se hacía cargo de parte de los sueldos de los trabajadores mientras esten en actividad, en vez de esperar que esten desempleados. A su vez, el Kurzarbeit o programa de trabajo corto permitía a las empresas conceder permisos de ausencia o dar menos horas de trabajo a sus empleados en vez de despedirlos. Pero los sacrificios de las empresas y sus trabajadores van mucho más allá en el tiempo.
Cuando el país era gobernado por Gerhard Schroeder, se implementó una serie de cambios al Estado de Bienestar alemán, donde se produjo una reducción en los subsidios de desempleo, un relajamiento de las reglas de contratación y despido, así como una colaboración entre la gerencia y la mano de obra para congelar los sueldos.
Estas medidas, algo antipáticas, devolvió a Alemania el ímpetu exportador que había perdido, aumentando su competitividad y haciendo que su crecimiento se base en la cantidad de maquinarias, automóviles y cuanta mercancia se venda en el exterior.
En esos tiempos, los alemanes se mantuvieron fuera del auge del consumo alimentado por la deuda que alimentó parte de esta crisis financiera. No se endeudaron en demasía y se mantuvieron «con los pies sobre la tierra». No se habrán divertido o disfrutado tanto de la vida como los estadounidenses o los españoles pero en cuanto llegó la crisis, tampoco sufrieron demasiado.
Las cifras muestran a una Alemania creciendo a otra velocidad que sus vecinos, en márgenes cada vez mayores. Esto implica un riesgo nada menor: la desestabilización del euro, que depende de un delicado equilibrio entre las relaciones comerciales de los socios.
Alemania ha demostrado -si bien aún es pausible de tener alguna recaída financiera- que la disciplina y el sacrificio puede ser el camino de salida de esta crisis maldita. Lo lamentable de ello es que Alemania ha sido el único país que ha encarado la crisis de esta manera. Sus socios europeos han caido en las garras de los programas de estímulo, ideados por Estados Unidos, que no hicieron otra cosa que aumentar sus deudas de manera alarmante y peligrosa, tal como si una persona gasta todo el dinero de su nómina y debe pedir un crédito para pagar la letra de su hipoteca. Muchos países han hipotecado su futuro. Y el de sus próximas generaciones.